POR: REINIER SÁNCHEZ JACOMINO.
Mientras andaba hace unos días, por el desabastecido mercado estatal “El Bosque”, ubicado en las cercanías de la otrora Plaza Méndez en esta Ciudad de Camagüey, escuché un fragmento de la conversación de dos mujeres esforzadas en disertar sobre los encantos de la perfumería y los cosméticos, así como la importancia que reviste el llamado “fijador”, en aras de evaluar y cotizar la calidad del producto.
Ante lo perfumado pero extenso del dialogo y la imposibilidad de adquirir nada útil para mi alimentación, decidí marcharme mientras meditaba sobre el síndrome del fijador y cómo su impacto también afectaba sobremanera la vida cotidiana de los cubanos.
Alejado de las fragancias de tocador, impera en la isla caribeña de hoy, efectos nocivos que nos untamos, quizás hace muchos años atrás, y sus aromas se han convertido en olores cotidianos y desapercibidos, mientras el más común de los mortales sufre ante la dejadez, el maltrato y el irrespeto al cliente.
Así vivimos los camagüeyanos, abrimos hoy un nuevo restaurante, pizzería, bar, tienda o timbiriche y tras el brillo y el los destellos de la inauguración todo marcha a pedir de boca, quizás por aquello de que: “escobita nueva, barre bien”.
Entonces andamos como por inercia, con el impulso del arrancón inicial y disfrutamos así de ese servicio de excelencia.
Frases como: “por favor…”, “sí señor…”, “mucho gusto” y “disfrútelo”, hacen más amena la estancia aunque pintura, decorado, mueblería o menú no, alcancen el tan ansiado pentágono de estrellas.
En ese efecto espumoso vivimos uno, dos o tres meses tal vez, mientras sin darnos cuenta se esfuma poco a poco el cálido aroma del buen servicio y nos abandona sin despedirse siquiera, para dejarnos nuevamente la mala cara, la suciedad del recinto, la desatención y la desidia.
En ese cachumbambé andamos, mientras pretendemos potenciar la economía de servicios.
Con esa falta de fijador en la atención al usuario y la calidad en los productos que ofertamos, se desenvuelven nuestros establecimientos estatales, y particulares incluso.
Mientras no apliquemos esa dosis de control, exigencia desde el aspecto personal hasta los modales, estimulación al trabajador, pertenencia por su puesto laboral y fuertes sanciones cuando lo amerite, nunca podremos diseñar la química idónea que haga permanecer en el tiempo contra vientos y mareas, el deseo de volver.
Entonces a lo mejor, serían menos los cubanos que sueñan, dormidos y despiertos, con el aroma de perfumes extranjeros, y pudieran decir con necesario orgullo, el mío tiene como los otros, tremendo fijador.
viernes, 11 de enero de 2013
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