El domingo último el mundo se despertó con imágenes que recordaban, como una película de antaño, los trágicos sucesos de las dictaduras militares latinoamericanas que las décadas del 60 y el 80, dejaron miles de muertos y desaparecidos en la región.
Cuando veía con oprobio el golpe de estado en Honduras y la increíble expulsión del presidente Manuel Zelaya, recordaba la frase del líder de la Revolución Cubana Fidel Castro, cuando decía que los hombres que olvidan su historia están condenados a vivirla nuevamente.
La reaparición en días recientes de grupos de la muerte como el Batallón 316, que en los años 80 enquistaron el miedo y la persecución en ese país, debe alertar a la comunidad latinoamericana sobre el peligro de una escalada de violencia de los sectores oligárquicos ante el sentimiento democrático y progresista de los últimos tiempos.
Estas mismas oligarquías, que tuvieron su arraigo en los gobiernos títeres de Estados Unidos, que les proporcionó sumas millonarias en detrimento de ese pueblo que hoy vemos en las calles a pesar de ser despojados de sus libertades ciudadanas.
Este brutal golpe de estado constituye sin dudas, el resultado de años de intervencionismo estadounidense en una región que para el país norteño, constituye el traspatio con infinidades de recursos materiales, áreas militares, de libres inversiones y flujos de capitales.
Ese hecho resulta el legado histórico de la célebre Escuela de las América, que dejó militares dispersos por la región, prestos a socavar los movimientos liberadores e implementar golpes de estado sin ningún escrúpulo ni clemencia hacia las masas.
En sus estatutos, el centro de preparación militar estratégica que radicó durante años en suelo panameño, detallaba la vulneración permitida de los derechos humanos, como el uso de la tortura la extorsión o la ejecución sumaria, definiendo como objetivos de control o seguimiento a aquellos ciudadanos pertenecientes a organizaciones sindicales.
Ante los brutales hechos que se observan en Honduras los países latinoamericanos deben luchar, como cuadro apretado a las raíces de los Andes, para que los pueblos de la región no vivan nunca más los tiempos pinocheístas.
La población de ese país centroamericano quedará para la historia, como fiel protagonista de las palabras que pronunciara hace varios siglos en Honduras, el más universal de los cubanos, José Martí: “un déspota no puede imponerse jamás a un pueblo de trabajadores”.
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